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Niños que esperan una familia adoptiva

| domingo, 29 de enero de 2012

Niños que esperan una familia adoptiva
Hacia el camino de la sanación

Sus circunstancias de vida los marcan con heridas que están abiertas y duelen. Son los niños que, por diferentes circunstancias, están separados de su familia de origen y viven en instituciones a la espera de una nueva familia. Iniciar esta vida de la mejor manera posible, requiere de un proceso que les permita en el tiempo entender y aceptar su historia, así como también volver a confiar en otro, base fundamental que se espera establecer en el trabajo de reparación.

En estricto rigor, “reparar” se aplica a una acción o efecto sobre un objeto mal hecho o estropeado. Si hacemos la consulta sobre esta palabra en la Real Academia de la Lengua Española, ése es el resultado que conseguiremos de nuestra búsqueda. Pero, ¿se puede reparar a una persona?. Más aún, ¿se puede reparar un niño? Ésta es una pregunta que plantea un desafío nada menor, a la hora de responder por aquellos que están esperando una familia adoptiva y cuya historia los ha marcado con heridas que necesitan ser atendidas.

Continuando con el curso de nuestra reflexión, cuando uno repara un objeto dañado, lo que generalmente ocurre es que vuelve a funcionar como lo hacía antes de ocurrido el desperfecto. Entonces, ya vamos sospechado que esa lógica simplista y lineal no aplica a la hora de hablar de reparación en los niños, particularmente en quienes, por distintas circunstancias, se encuentran en instituciones o están con familias guardadoras, mientras se evalúa y decide su situación familiar definitiva.

Sin embargo, el término existe y actualmente es usado ampliamente por profesionales que trabajan en la recuperación de estos niños, como psicólogos, asistentes sociales y orientadores. Este grupo de personas, más algunas instituciones, aúnan sus esfuerzos en torno a los niños y niñas que están en proceso de adopción y les brindan tratamiento con el objetivo de dejarlos en el mejor pie posible, para cuando llegue el momento de integrarse a su nueva familia.

De acuerdo a Camilo Morales, psicólogo de la Fundación Chilena de Adopción, quien trabaja en este tipo de intervenciones terapéuticas, estos niños han tenido un sufrimiento profundo y particular que es necesario contextualizar en un sentido más amplio que el simple abandono. Viven en un contexto de protección en una institución, con una familia guardadora o de acogida, mientras están a la espera de una decisión que otros tomarán respecto de su vida y que la afectará de manera definitiva.

Mucho más que abandono

“Estos niños, sea que hayan vivido un tiempo corto o prolongado en un sistema de protección, han tenido un sufrimiento particular que es fundamental tener en cuenta. Por una parte, han visto vulnerados sus derechos, ya sea por negligencia o maltrato grave, y luego han sufrido un segundo daño que significa la separación de su familia de origen”, explica Morales. Entonces, resulta mucho más profundo y complicado que hablar de daño por abandono, como algunas veces se suele generalizar.

El profesional refuerza esta idea con algunos números. “El porcentaje de niños que ingresa a una residencia por causal de abandono corresponde a una cifra que fluctúa entre un 3% y 5%. El 70% ingresa al sistema por negligencia o maltrato y el resto lo hace por abandono progresivo; familias muy dañadas que no cuentan con redes de apoyo como para poder hacerse cargo de estos niños. Aquellos cedidos en adopción, realmente corresponden a un porcentaje mucho menor”.

Para realizar un adecuado enfoque de la psicoterapia de reparación es importante, a juicio de Morales, tener en cuenta tanto la vulneración de derechos como la separación de vínculos afectivos. Es complejo hablar que se repara sólo el abandono. Es muy doloroso para el niño suponerse abandonado y es devastador para su integridad emocional asumir que no lo quisieron. Por esto, agrega, es fundamental que los niños puedan conservar las “partes buenas” de su historia de origen, por pocas que éstas sean, y que su identidad no se fundamente sólo en el abandono. Uno se va a encontrar con niños que son visitados por sus padres u otros familiares que, por sus condiciones o características, no pueden hacerse cargo del niño. “En estos casos, por ejemplo, no se puede hablar de abandono, porque la decisión la toma un tercero. Mirar la vida y circunstancias con este enfoque reduce y simplifica una realidad compleja para los niños institucionalizados: quienes fueron vulnerados en sus derechos, fueron separados por un tercero y, por lo tanto, tienen un daño previo. Esto hace mucho más compleja la realidad e implica preparar mucho más a los padres adoptivos”, agrega.

Otro elemento importante que se debe considerar a la hora de la reparación, es que estos niños han vivido un tiempo prolongado en instituciones, con efectos físicos, psíquicos y emocionales importantes . No es posible, por ejemplo, que puedan desarrollar sus capacidades vinculares si están al cuidado de muchas personas que generalmente funcionan en sistema de turnos y tienen que atender a un gran número de niños. Se homogeniza la experiencia del niño y no pueden desarrollar el sentido de individualidad y de pertenencia, debido a que no les es posible tener sus propios juguetes o ropa, que serían elementos que los ayudarían en la construcción de su identidad. Todo eso va generando un daño que tiene efectos concretos y hace aún más compleja su situación.

Según María Fresia Ugalde, asistente social de Fundación San José para la Adopción, se debe tener en cuenta que la reparación no es una necesidad sólo de niños preescolares o mayores, sino que se han visto huellas importantes en  los más pequeños, incluso lactantes. “Es necesario entonces, sin limitarse a la edad del niño, revisar su historia y con esa información, realizar un acompañamiento con las cuidadoras”. Ugalde menciona tres hitos sobre los cuales se estructura el proceso de reparación. En primer lugar se debe elaborar su bitácora de vida, que incluye datos como por ejemplo, en cuántos hogares estuvo y las características de estas permanencias. Mientras más cambios experimentó antes de los 5 años, mayor es el desajuste y menor su arraigo, elementos que resulta necesario trabajar. En segundo lugar, se requiere construir el hilo de su vida, organizar una narrativa afectiva, honesta y coherente que recoja su historia, lo que se constituye en sí misma en una acción positiva y reparadora. Después, se deben realizar todas las acciones necesarias en el hogar o familia de acogida que permitan que el niño se sienta seguro, protegido y cuidado, independiente de su edad.

Cada proceso de reparación va a depender de la situación y condiciones de cada niño. Existen  variables que se cruzan, como por ejemplo, edad, declaración de susceptibilidad, tener o no hermanos y en qué situación se encuentran éstos, su condición de salud –e historial de salud de la familia de origen-. Para Ugalde, entonces, una vez recogidos todos estos antecedentes, se orientará el proceso de reparación: “Lo veo como una relectura o reconstrucción sana de su vida”.

De acuerdo a Camilo Morales, pensar en una terapia con niños en estos contextos y estas características, es pensar el desafío de un trabajo innovador y que va más allá de la consulta del terapeuta. Pasa por conocer e interiorizarse de su origen y realidad. Una alternativa a esto es utilizar el acompañamiento terapéutico, que consiste en que un psicólogo o psicóloga comienza a visitar al niño en su institución, con el compromiso de acompañarlo hasta que se defina su situación familiar, es decir, se trata de una relación de vínculo estable y duradero. El trabajo terapéutico se realiza en su propio entorno. Este es un modelo pensado para residencias, no para familias de acogida.

Vínculos: el desafío de devolver la confianza en otro

El acompañante terapéutico visita al niño una o dos veces a la semana en la institución, por unos 45 minutos a una hora. Éste se integra  a la rutina del niño, lo que tiene efectos positivos para él y la institución, de acuerdo a lo que ha podido constatar Morales. “Primero, el niño va a contar con un adulto disponible para él diferenciado de lo que puede ofrecer una cuidadora. La clave para la reparación es atreverse a vincularse y es ahí donde apunta nuestro trabajo”. Según explica, esto también produce un efecto en las cuidadoras. “Cuando uno trabaja con estos niños, conoce las quejas de ellas respecto de los comportamientos con los que lidian a diario; que muerde, no come, hace pataleta, por ejemplo. Pero el efecto que produce el acompañante en el entorno es interesante, porque ellas empiezan a preguntar y se empieza a dar un espacio psíquico en el cual se cuestionan y reflexionan en torno a esto, sensibilizándose más con el niño”.

Muchas de las cuidadoras, entonces, comienzan a crear un ambiente más vinculante y menos antagónico. “Por eso creo que este trabajo debe enfocarse desde esta perspectiva, siendo necesario que se fomente el contacto cotidiano”, asegura Morales.

Por otra parte, en su disponibilidad el acompañante le ofrece un vínculo estable en el tiempo, hasta que el niño se vaya con su familia adoptiva. La duración de este tipo de procesos terapéuticos está definida por el egreso del niño de la institución y no por un periodo preestablecido. En la medida que tenga la experiencia de un vínculo con otra persona más allá del cuidado que cubra sus necesidades básicas, mayores serán sus oportunidades de llegar a construir lazos con otro.

Historia: la necesidad de trabajar con los cabos sueltos

Tanto Camilo Morales como María Fresia Ugalde coinciden en que el trabajo de reparación, además de centrarse en el vínculo, debe desarrollarse sobre el eje de su historia, y este segundo aspecto tiene que ver con ir construyéndola con el niño. Que pueda ir registrando la historia de ese periodo en la institución u hogar de acogida y también incluyendo la de su origen.

“Un daño es el ser separados de su familia de origen, y otro daño importante es ser separado de su historia. Los niños no saben por qué están ahí, aunque tengan 6 ó 7 años. Tampoco saben qué va a pasar con ellos. Esto les instala una incertidumbre terrible”, explica Morales. Agrega que los esfuerzos que se han hecho para establecer instituciones saludables, suelen haberse pensado en el cuidado y cobertura de las necesidades, pero se descuidan los aspectos ligados a la historia y la identidad. La memoria, identidad e historia se construye a partir de la relación con otro. El niño necesita de ese otro para que le cuente su historia. En las instituciones los niños son muchos, por lo que su experiencia es difusa, se fragmenta y nadie la registra. Entonces, una vez que egresan no tienen con qué contar para poder construir su identidad. Esa parte se pierde”, explica Morales.

El libro o cuaderno de vida entonces, adquiere un rol fundamental en esta parte del trabajo terapéutico y es una herramienta muy utilizada en estos procesos de reparación.Según explica María Fresia Ugalde, es uno de los instrumentos terapéuticos centrales donde se cruza el trabajo profesional y técnico con el lenguaje del niño. “En este libro hablamos en un lenguaje abierto y cercano, con explicaciones razonables de su situación, favoreciendo los aspectos que ofrecen una reivindicación de su historia. Es una manera de dar una explicación y salida razonable a sus experiencias traumáticas”.

Camilo Morales, en tanto, recalca que como este libro se construye entre varias personas que son las más significativas para el niño, puede contar con variadas versiones respecto de algo en particular y no encierra verdades únicas. “No es un registro de datos, sino un registro afectivo que tiene efectos en el ahora y a posteriori, cuando el niño egresa y estará ahí disponible para él, para cuando lo quiera volver a tomar”.

Es un registro de la historia del niño que se hace desde el punto de vista afectivo y vincular, viene a demostrarle, además, que durante el tiempo que permaneció en la institución no estuvo solo, sino que hubo personas que se preocuparon y cuidaron de él.

Este libro tiene por objeto promover, registrar y proteger la identidad del niño, y constituye la primera pertenecía en un contexto donde es tan difícil tener lo propio. Si bien se construye en un momento en el cual no hubo papá ni mamá, tampoco fue un tiempo muerto, ya que hubo personas que lo quisieron y cuidaron, y eso se plasma en su libro. Los padres adoptivos, por su parte, van a tener el privilegio de conocer la vida de su hijo, con explicaciones y detalles que, de otro modo, no tendrían cómo conocer, destacan los profesionales.

Morales concluye que, dado las características de estos niños, poner toda la responsabilidad de la reparación en los padres es una carga muy pesada. “La experiencia del niño es muy compleja y los padres no son terapeutas. La reparación como proceso es una posta, donde cada momento tiene su particularidad y actores clave. Pensar también que los niños que tuvieron terapia de reparación no tendrán problemas en algún momento de su vida es simplista y reduccionista. Los papás cumplen un rol importante, pero ellos no resuelven todo el proceso de reparación”, asegura.

Cuando le llega el turno a los padres

Por esto es importante preparar a los padres y acompañarlos de manera específica y continua. Lo más importante es que ellos deben tener la capacidad y disponibilidad para integrar y acoger toda la historia y experiencia previa a la adopción de su hijo.

María Fresia Ugalde señala que éstos deben estar atentos a ciertos hitos: al inicio de la etapa escolar los niños comienzan a darle un nuevo significado a su historia, donde emerge con fuerza su experiencia de abandono. Los padres deben consultar para recibir apoyo en cómo abordar y contener. Luego, en la adolescencia, etapa en que buscan establecer su identidad por sí mismos, deben revisar su pasado y enfrentarse nuevamente a su historia, para construir a partir de ella. El proceso que hará en la adultez lo debiera llevar a reconciliarse y aceptar esta historia que es parte esencial de su ser.

“Lo central en la reparación es reconocer su historia de origen y experiencia de abandono. Hay niños que tienen sentimientos de mucha pena y rabia, y hay que aceptarlos también. Es importante validar sus sentimientos, de manera respetuosa. En la medida que haya un adulto capaz de reconocer y acompañar al niño en su proceso, paciente en esperar que camine de acuerdo a sus tiempos y dispuesto a ofrecerse como un apoyo estable e incondicional, permitirá que pueda avanzar en la integración de su historia”, asegura Ugalde.

 Antes del encuentro del niño con su familia definitiva, se realiza la preparación para los padres en un taller preadoptivo, que reúne a los matrimonios postulantes para trabajar la historia y la realidad de los niños.

Además, se realiza un  acompañamiento y orientación tanto en el enlace (primer encuentro del niño y su familia) como en el primer período de vinculación. Esto es lo que llaman la vinculación asistida, proceso que permite entregar un apoyo efectivo y estable a los nuevos padres y que es llevado a cabo por un equipo capacitado de psicólogos, asistentes sociales y orientadores.

Debe darse un respeto por los vínculos que el niño ha tenido en la institución. Esto permitirá ir haciendo el duelo de a poco con  los vínculos que ahí se establecieron.

En este punto María Fresia Ugalde es clara en señalar que esto llevará a que el niño adopte a los padres, más que a la inversa. Es importante que ellos lo acepten con su historia previa y que se vaya entretejiendo una nueva, donde se cruce la del niño con la de los padres.. Jamás se debe competir con su historia, sino que darle su justo lugar y respetarla, porque el niño es esa historia también. Morales explica que “la reparación de lo que menos trata es de olvidar el origen de los niños. Por el contrario, debe integrarlo y reconocer sus aspectos valiosos”.

Según Ugalde, los riesgos de un niño que no ha sido acompañado, es que se lo deja sin información. “Él no tiene las herramientas cognitivas o emocionales y queda a la deriva. Esto lo puede llevar a sentimientos de culpa y responsabilidad respecto de su propio abandono, que son erróneas y muy perjudiciales”.

La profesional recalca que en este libro de vida no se enjuicia a los padres biológicos, sino que busca explicar que ellos no pueden o no saben hacerse cargo de sus hijos. “Eso es muy distinto a dejarle la responsabilidad de lo sucedido al niño. Me acuerdo de un caso de una niñita que tenía problemas de alimentación y, en algún momento, la explicación que dio de su situación era que sus padres la habían dejado porque no se comía toda la comida”. En este acompañamiento se revaloriza al niño, se le ayuda a liberarse de la carga de la culpa y se le ofrecen otras narrativas, claras y consistentes con su historia real, que no sólo alivian al niño, sino que le devuelven esperanza para su futuro.

Alerta: niños encapsulados o disruptivos

Los principales efectos en los niños, por su historia de origen, experiencias traumáticas vividas e institucionalización son:

Que pierden la capacidad para vincularse. Son niños que no demandan cuidado o afecto y que pueden irse con cualquiera. En los casos más grave, podemos encontrarnos con niños que se desconectan, quizás  no hay nada en su entorno afectivo que les permita ligarse. Son muchas veces los que no llaman la atención o la guagua que casi no llora. Estos casos son los que requieren más atención.

Otros son los niños disruptivos. El que llama más la atención y no se adapta a la institución. Este caso resulta menos grave, porque al menos es capaz de exteriorizar su sufrimiento. Sin embargo es complejo, ya que amenaza la lógica de la institución y pone a prueba a los adultos que se le aproximan, incluidos los padres adoptivos.

Reparación: el trabajo en casa

Una corriente habla de que la verdadera reparación se realiza cuando el niño se incorpora a una nueva familia. Herramientas que resultan esenciales en ella son:

Disponibilidad

Aceptación incondicional del hijo con sus características e historia

Sentido del humor
 Para los padres significa renunciar al hijo ideal adoptivo y aceptar el hijo real adoptado. Es otro que viene a mí y lo voy a aceptar y amar siempre e incondicionalmente. Deben contar con cuotas importantes de tolerancia, flexibilidad y empatía, además de una buena preparación. El padre/madre tiene que adaptarse y amoldarse, asumiendo que fue él quien pidió la paternidad, no el hijo. Entonces, es necesario ser desprejuiciado para tener un buen ambiente para el crecimiento y desarrollo de su hijo.


http://revistaadopcionyfamilia.blogspot.com/2011/12/ninos-que-esperan-una-familia-adoptiva.html

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